martes, 2 de septiembre de 2008

El poder… ¿nace del voto o del fusil?

Sobre el viejo debate entre revolución y reforma
Por Luis Gárate

En estos días en que en nuestro país vive jornadas como el moqueguazo, se prepara un paro nacional para el 9 de julio y las protestas sociales se reavivan en exigencia de una mejor distribución de la riqueza, el tema de las formas de lucha cobra gran vitalidad para los comunistas.

Se trata, cabe recordar, de una discusión que rondó en las filas del socialismo casi desde sus orígenes. Desde las importantes debates entre Carlos Marx y los anarquistas bakunianos a mediados del siglo XIX, pasando por la división entre los socialistas revolucionarios partidarios de Lenin frente a los reformistas seguidores de Bernstein en los primeros años del siglo XX, y luego en los debates entre las vertientes maoístas, las foquistas y las posiciones comunistas “oficiales” que defendían la coexistencia pacífica del PC soviético.

Para los partidarios de la visión marxista del socialismo, está claro que el rasgo revolucionario radica en primer lugar en la teoría. El análisis de la sociedad capitalista, sus contradicciones así como la alternativa a este sistema, es profundamente revolucionaria, pues Marx habla del paso de un tipo de sociedad a otra, un cambio que solo puede ser radical –entiéndase de raíz – ya que implica cambiar los cimientos mismos de la sociedad organizada en torno a la propiedad de los medios de producción.

Pero, cuando hablamos de un cambio radical, ¿hablamos solo de un cambio violento, un cambio por la vía de la insurrección armada? Frente a este interrogante, no faltan aquellos que acuden a la célebre frase de Marx, “la violencia es la partera de la historia” o “el poder nace del fusil” acuñada por Mao Tsetung.

Lo que hacen algunos es sacar de contexto las palabras, haciendo de ellas una mecanización de frases útiles para justificar sus aventuras teóricas y sus ímpetus de “dirigentes” en algún escenario de agitación.

Las formas de lucha, acercándonos a un análisis marxista, responden a la lucha de clases y a la correlación de fuerzas sociales y económicas en determinado período de desarrollo de la sociedad.

Retornamos de nuevo a la pregunta inicial, ¿el poder nace del voto o del fusil? ¿Existe, acaso, una absoluta contradicción entre ambas formas de lucha, la electoral y la armada?

La lucha política y social en la democracia capitalista adquiere diferentes formas, y en determinados escenarios deriva en la violencia. La violencia no es gratuita, y se explica cuando la formalidad institucional burguesa no canaliza ni resuelve las contradicciones entre las clases sociales.

El escenario internacional
Vale la pena revisar la situación de los movimientos que en el mundo y desde el socialismo levantaron la lucha armada como forma de alcanzar el poder en sus diferentes expresiones.

El caso más emblemático fue la Revolución rusa de octubre de 1917, que se dio en un escenario marcado por una monarquía zarista en debacle por involucrarse en la I Guerra Mundial, con la crisis en las filas militares rusas, y un gran vacío de poder, y por la participación de muchos actores revolucionarios. Sin duda la dirección política de Lenin y los bolcheviques en ese proceso fue decisiva en el curso de los acontecimientos y la victoria de una salida hacia la revolución socialista.

La victoria comunista en China fue el resultado de una guerra del campo a la ciudad prolongada y alimentada en la lucha campesina contra un régimen corrupto con remanentes feudales y luego, por la guerra nacional contra la invasión japonesa.

Las corrientes más radicales derivadas del maoísmo que se desplegaron en China en los años 60 y que tuvieron cierto eco en países como Camboya, acabaron en experimentos políticos que derivaron en el dogmatismo, el sectarismo y la violencia indiscriminada. (Revolución Cultural china, Khmer Rouge camboyano) y nutrieron en ideas a fenómenos como el senderismo en nuestro país.

La luchas guerrilleras en latinoamericana tuvieron su cúspide en 1959 con la victoria del movimiento liderado por Fidel y Che en Cuba, cuando contra todo pronóstico, este grupo con aspiraciones democráticas pudo vencer a un ejército regular y tras su victoria, iniciar la construcción del socialismo. Las guerrillas centroamericanas que se inspiraron en la victoria de la Revolución Cubana, provocaron guerras civiles e incluso lograron el poder, como el caso nicaragüense, pero luego y por la ofensiva imperialista esos procesos se resolvieron por acuerdos de paz y transiciones hacia la lucha política electoral como en Guatemala y el Salvador.

Las luchas por la liberación nacional en África y Asia también derivaron hacia procesos socialistas, como en el caso vietnamita, y en el caso africano hacia procesos de democratización, pero que luego se convirtieron en procesos estancados por la caída del bloque socialista, por problemas económicos y conflictos internos.

Hoy encontramos experiencias como las luchas del Partido Comunista- Maoista contra la monarquía retrograda en Nepal, o las luchas de reducidas fuerzas guerrilleras en México,

Otro ejemplo es la situación que vive Colombia. La experiencia desarrollada por las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC-EP) desplegada desde hace más de 40 años, es una muestra de cómo una fuerza revolucionaria desarrolla una lucha armada de largo aliento, pero se ve desgastada en el tiempo. Las FARC inician su accionar en la defensa de los intereses de los campesinos y el pueblo frente a una oligarquía intolerante, que luego se convierte en una fuerza guerrillera que lucha por el poder por la vía tanto militar como política, y que termina en una guerra de resistencia que solo parece tener solución en una salida política negociada.

Podríamos delinear como balance que la lucha insurreccional y armada se da en determinados escenarios, y ha prosperado donde se han agotado otras vías de lucha, en contextos con una precaria institucionalidad, vacíos de poder, en un entorno internacional convulsionado por grandes conflictos.

La experiencia peruana
En el Perú, tuvimos la experiencia de Sendero Luminoso y el MRTA, grupos que iniciaron la lucha armada a comienzos de los años 80, desde un maoísmo dogmático y una inspiración guevarista, respectivamente, y que provocaron una espiral de violencia y una brutal respuesta de los aparatos represivos del Estado, que utilizaron la ocasión para golpear a todo el movimiento popular y eliminar a miles de peruanos inocentes de las zonas andinas y amazónicas.

Las fuerzas que fueron a la lucha armada en los 80, iniciaron su accionar en un momento en que las clases dominantes así como las fuerzas populares salían de una dictadura militar, para disputar el control del estado con las reglas de juego de la democracia burguesa.

Una lección de la experiencia peruana es que las fuerzas insurrectas subestimaron el poder de las fuerzas armadas y policiales, que contaban con una estructura más sólida, una capacidad de fuego muy superior y el adiestramiento en la doctrina antisubversiva y guerra sucia de la CIA. Jugaron a la agudización de las contradicciones entre las población rural y marginal frente al Estado, especialmente en el caso de Sendero Luminoso, y terminaron poniendo al pueblo entre 2 fuegos: el de las fuerza represivas y el de las fuerzas insurreccionales.

El uso de la violencia y las armas se justifica plenamente en escenarios en los que las fuerzas revolucionarias y populares generan sus mecanismos de autodefensa frente a las clases dominantes, que no dudan en acudir a los aparatos represivos e incluso al paramilitarismo para consolidar su poder.

Sin embargo, en el escenario donde la democracia burguesa se respalda en las fuerzas armadas fuertes y se fortalecen las formas capitalistas de acumulación, crece la desigualdad en la distribución de la riqueza, se generan las condiciones para construir redes de coordinación de movimientos sociales que pueden dar un salto a la representación política. (Ejemplo, el caso boliviano).

En el caso peruano, donde subsisten las contradicciones de clases, junto a otras formas de exclusión, como el racismo; donde el Estado está en manos de una clase dominante sin proyecto nacional, cuenta sin embargo con el control de los aparatos represivos con alcance nacional, y el respaldo de un empresariado vinculado al capital transnacional. La tarea es acumular fuerzas en un frente popular para combatir a estas redes político-económicas clientelistas.

En un escenario de este tipo, con los grupos insurrectos totalmente derrotados y aplastadas militarmente por las fuerzas armadas, con un repliegue de las fuerzas de izquierda del escenario electoral, pero por otro lado, con profundas grietas sociales y de clase, donde la violencia social debe ser canalizada, a los comunistas nos correspondería asumir un papel de liderazgo de esas fuerzas para encausarlas hacia una plataforma amplia, que conduzca a un proyecto de refundación nacional y que construya un nuevo estado con una participación más activa en la producción y nuestros recursos naturales.

Esta titánica tarea no puede ser asumida solamente por un foco guerrillero o un partido militarizado en las condiciones socioeconómicas y geográficas de nuestro país. Debe ser asumida por una estructura política y social mayor, que además, y es indispensable, esté vinculada al proyecto de cambio latinoamericano y a la lucha por revertir el orden global actual que afirma una mayor concentración del capital, y una ofensiva contra los trabajadores del mundo.

La Revolución Peruana puede tener sus características propias, y como lo muestra Venezuela, Bolivia y Ecuador, puede abrirse campo desde el escenario electoral. A los comunistas nos corresponde acumular y preparar la fuerza popular, que, sin caer en la deformación electorera, y desde la lucha reivindicativa y programática, se convierta en la alternativa de cambio real para nuestro pueblo.

02 de julio de 2008












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