martes, 9 de septiembre de 2008

A 35 años del golpe de estado en Chile

Lecciones de unidad y correlación de fuerzas

Por Luis Gárate*

Este año se cumplen treinta y cinco años del 11 de septiembre, aquel trágico día de 1973 en que el fascismo militar apoyado por el imperialismo se hizo del poder, derrocando el proyecto unitario de la izquierda chilena que buscaba construir el socialismo en el marco de una democracia representativa.

Mucho se ha escrito sobre el proceso chileno: duras críticas desde posiciones ortodoxas hasta apologías desde posiciones más reformistas. De lo que no cabe duda es que esa experiencia de 3 años de gobierno tiene todavía mucho que enseñar a la izquierda, en particular a los comunistas peruanos.

Recordemos que el bloque de la Unidad Popular, formado por los dos partidos más importantes de la izquierda chilena -el Partido Comunista y el Partido Socialista- fue el resultado a varias décadas de esfuerzos unitarios y postulaciones que llevaron finalmente a la victoria en 1970 de la UP con Salvador Allende como candidato presidencial.

También es importante recordar que al no conseguir mayoría simple, Allende tuvo que ser ratificado por el congreso chileno. La correlación de fuerzas y de clases sociales en Chile es un importante elemento a entender, ya que si bien había una importante corriente de cambio desde las clases trabajadores y del pueblo, los sectores medios y de la burguesía aún tenían una importancia nada desdeñable.

El proceso chileno se caracterizó porque Allende y una parte de la UP tenía claro que su programa de gobierno aspiraba a la socialización de los principales medios de producción y a profundizar la reforma agraria iniciada por la democracia cristiana, en esencia, avanzar en la democratización de la sociedad y sentar las bases para el socialismo, pero sin romper de tajo la institucionalidad de la democracia burguesa, como el parlamento y el pluripartidismo.

La derecha chilena no tardó en mostrar su actuar más violento y golpista, y grupos como el Partido Nacional o Patria y Libertad no dudaron en usar el terrorismo desde el primer día de gobierno de la UP, asesinando a militares constitucionalistas, promoviendo el sabotaje, el desprestigio mediático, desordenes callejeros, los paros de camioneros financiados por la CIA, entre otros.

Pero en un proceso de esta naturaleza las corrientes opositoras no vienen solo de la reacción, sino también de las filas populares. En el seno del partido de Allende (el PS) y de sectores fuera de la UP, como el MIR, se planteaba que frente la amenaza fascista la izquierda debía también tomar el control total del estado y de las fuerzas armadas.

Esta tensión se daba mientras desde el pueblo crecían formas de poder popular, como los cordones industriales en los que los trabajadores de las fábricas paralizadas por sus dueños eran tomadas y recuperadas formando redes distritales, las juntas de abastecimiento para luchar contra la especulación comercial, los comandos comunales como centralizadoras de cordones y organizaciones barriales, entre otras, que eran vistas como amenaza por la derecha y con preocupación por la misma UP, que se sentía rebasada en el ritmo del proceso.

Al final, la Unidad Popular, y a pesar del liderazgo de Allende, no pudo crear las condiciones de equilibrio con una derecha radicalizada y alentada por la grosera política imperialista norteamericana, y tampoco pudo ordenar las diferencias en las filas de la izquierda, en las que un PS radicalizado jugó un papel de atizador de las contradicciones a un nivel insostenible.

Cabe anotar que un caso similar sucedió en la República Española en los 30, cuando el Frente Popular con presencia de la izquierda republicana, socialistas y comunistas comenzó con reformas que provocaron una polarización que se escapó de las manos del FP cuando, también por la izquierda, grupos como el POUM y los anarquistas de la FAI buscaban atizar las contradicciones con las clases dominantes, creando la justificación que buscaban los fascistas para iniciar la guerra civil.

Por ello, el tema de la unidad de las fuerzas de izquierda es clave y no pasa solamente por declaraciones bien intencionadas o coyunturas electorales. Más aún en las condiciones actuales donde la izquierda peruana tiene serios problemas de organicidad política y de escasa influencia social.

Repasando la actualidad peruana, como señala con precisión Mirko Lauer, por un lado crece el descontento social frente al alza del costo de vida y el desprestigio de la política, pero por otro lado son los representantes de la derecha quienes se van posicionando electoralmente.

Es decir, la agitación social no necesariamente corresponde a los ánimos y orientaciones políticas de la ciudadanía. La izquierda peruana hoy no tiene líderes públicos ni propuestas de gobierno claras, por lo que debe evaluar su lenguaje y posicionamiento en la opinión pública, que como sabemos es volátil y muy influida por los medios de comunicación masiva.

Al poner en la mesa el tema de la unidad, debemos tener en primer lugar clara la coherencia y unidad en las propias filas, para luego plantearnos la unidad de acción en los frentes social y político con otras agrupaciones. A los comunistas nos corresponde un rol central en la orientación y en la práctica del esfuerzo unitario, desde las bases mismas de las organizaciones de masas de cara a la construcción de la Asamblea Nacional de los Pueblos. Asimismo tener claro la importancia de nuestra propuesta programática para asumir con responsabilidad histórica la gran tarea de la transformación integral del país.

09 de septiembre de 2008

*Periodista y militante de la Juventud Comunista del Perú- Patria Roja

viernes, 5 de septiembre de 2008

Toma de comisarías y crisis estructural del estado

Por Luis Gárate*

Las recientes tomas de comisarías en ciudades de la sierra norte del país son una muestra más de la denominada “justicia popular,” que es la reacción airada de sectores de la población cuando se sienten impotentes ante la ilegitimidad de su autoridades para resolver actos de corrupción o ineficiencia probada.

Esta es una forma usual de actuación de poblaciones del interior del país que crearon mecanismos como las rondas campesinas y urbanas para afrontar problemas de seguridad y administración de justicia que los agentes el estado nacional no pueden cumplir con efectividad.

La corrupción e ineficiencia de las instituciones del estado, como las encargadas de la seguridad ciudadana, en especial en las filas de la Policía nacional, son cosa cotidiana. Sin embargo, cabe recordar que la corrupción de la que somos diarios testigos responde a un problema estructural que va más allá de la caracterización de la sociedad en el orden capitalista.

La cultura de la corrupción es herencia de un estado que pasó de manos de una administración colonial a una aristocracia criolla, a manos de cúpulas militares oligarcas y luego nacionalistas, pasando luego por representantes de profesionales de las clases medias y empresarios nacionales (Acción Popular y el APRA).

Entra la década de los noventa, la dictadura de Fujimori y Montesinos fue la entronización de una tecnocracia neoliberal que estuvo en estrecha alianza las fuerzas armadas con orientación fascista y que alentaron el crecimiento de una burguesía integrada a la globalización neoliberal, e igualmente cómplice de la corrupción a gran escala.

Pero, ¿de qué estado estamos hablando hoy? Se trata de un estado burgués en decadencia, pero que tiene otros componentes. Con cerca de un millón 400 mil empleados del estado es uno de los principales empleadores en el país, que se trasforma así en una agencia de empleos después de cada proceso electoral y donde los puestos se reparten sin criterios de meritocracia o probidad.

Cuando los tecnócratas neoliberales hablan todo el tiempo de la reforma del estado, y desde las filas comunistas respondemos que queremos refundar la república, ¿sabemos a ciencia cierta de qué estamos hablando? La burguesía exige a gritos un estado que sea reducido, que cree condiciones para el despliegue de sus intereses, como cuando pide un estado pequeño, expeditivo y promotor de la infraestructura.

El reto de refundar el Estado peruano para la izquierda y los comunistas, pasa no solo por ofrecer una estructura más permeable a la participación de la ciudadanía organizada, también radica en la capacidad de las fuerzas de vanguardia para iniciar un proceso de regeneración moral de toda la sociedad peruana.

No solo se trata de “capturar” los espacios de gobierno, sino de preparar a los cuadros capaces de conducir al pueblo organizado en las tareas de implementar cambios como la nacionalización de empresas estratégicas, o en el fortalecer el papel estatal en relación a las inversiones mineras y de hidrocarburos.

Esta nueva estructura del estado debe ser capaz de generar mecanismos en la que apliquen sanciones efectivas en todos los niveles de la administración pública. Para una fuerza de cambio social, el reto es la formación de una nueva generación de funcionarios públicos comprometidos con una revolución social, y en la que podamos demostrar eficiencia y transparencia.

Los agentes de policía implicados en coimas a ciudadanos son un grave problema, pero son el eslabón débil y visible de los monumentales flujos de dinero que circulan entre oficiales de mayor rango, funcionarios judiciales, funcionarios de ministerios y programas así como los congresistas y ministros de estado en sus cobros indebidos, su vinculación a redes de narcotráfico y mafias organizadas.

Como hemos señalado en reflexiones anteriores, es necesario hacer un claro balance -y deslinde- de innumerables casos en que representantes de la izquierda en gobiernos locales fueron responsables o cómplices de actos de corrupción.

Corrupción, ineficiencia, patrimonialismo y privatización son los principales rasgos del estado que tenemos como reto superar. Los peruanos merecemos un estado democrático que cumpla con los servicios básicos como salud y educación de manera eficiente, y que instituciones esenciales como la administración de justicia y la seguridad pública siendo efectivas en la prevención y la sanción de los delitos.

Para darle contenido a la Nueva Constitución y la Nueva República debemos entonces evaluar y cualificar nuestras filas y demostrar en la conducción de los gremios de los trabajadores y en la gestión de gobiernos locales que somos -en la práctica- la fuerza política del cambio social y de la regeneración moral del Perú.

05 de septiembre de 2008

*Periodista y militante de la Juventud Comunista del Perú- Patria Roja

Proletarios del Perú y el mundo ¿unidos?

La JotaCé y la organización política- sindical de los trabajadores jóvenes

Por Luis Gárate

En las últimas elecciones generales la izquierda tuvo propuestas avanzadas pero no pudo convertirse en una opción política para los jóvenes, ¿Por qué? Entre otras cosas por que la política ha perdido la capacidad de representar a las clases sociales y se ha convertido (por la derecha) en un concurso de eslóganes y estrategias publicitarias, con altas dosis de clientelismo.

Para nosotros, jóvenes de izquierda, comunistas, es necesario retomar nuestro legado y misión histórica. En ese sentido, la Juventud Comunista del Perú- Patria Roja es un nivel de organización de los jóvenes dentro de un proyecto político, el Partido Comunista del Perú, que lucha por construir a nivel nacional y mundial el socialismo, una sociedad sin clases y donde la democracia sea la participación real del pueblo en el control del poder.

La JotaCé tiene entre sus principales tareas el organizar entre este sector generacional de la población a los elementos más avanzados de los trabajadores, los campesinos, los estudiantes y los profesionales para formarlos políticamente en la lucha cotidiana, desde la organización estudiantil, sindical, así como en la lucha ideológica y programática frente a las opciones de derecha.

Debemos recordar que ante todo, como comunistas, somos una organización que debe organizar al proletariado, es decir, a los trabajadores que reciben un salario de los dueños de una gran empresa, los burgueses, por la labor que desempeñan, ayudando a difundir la conciencia de clase, es decir, el entendimiento de que como proletarios son los productores y dueños finales de la riqueza producida por la empresa. La empresa puede ser una fábrica, (textiles, plásticos, comestibles, etc.) una constructora, o una empresa de servicios (por ejemplo, las agencias de diseño gráfico, una empresa de limpieza, una cadena de restaurantes, un supermercado, o en el transporte, las líneas de combis).

Carlos Marx nos mostró que en la sociedad capitalista en que vivimos existe la lucha de clases, es decir, el permanente antagonismo y pugna de intereses entre las clases propietarias de los medios de producción (empresas) frente a los proletarios (los que venden su fuerza de trabajo a los burgueses) y otros sectores excluidos. En ese contexto, la lucha de los trabajadores frente a la burguesía se canaliza a través de sus gremios, que son por excelencia los sindicatos.

El sindicato es una asociación de trabajadores de frente único, es decir, cuyo objetivo central es la defensa de los intereses de todos los trabajadores y donde pueden confluir diversas corrientes de pensamiento. Recordemos, por la historia, que los comunistas y socialistas han sido los más consecuentes defensores de los intereses de los trabajadores.

Pero si bien es cierto los comunistas debemos ser los mejores organizadores de los trabajadores, y por ende, dirigentes decididos en la conducción de los sindicatos, podemos caer en el economicismo, es decir, solo en la lucha reivindicativa. Nos corresponde por eso promover la educación clasista y la formación política de los trabajadores, para que sean actores principales de la lucha por el cambio social.

Sin embargo, con el pretexto de la globalización de la economía y las tecnologías, los capitalistas y sus voceros nos venden la idea de que la lucha de clases ha desaparecido, que ahora los trabajadores son socios de las empresas, o que podemos ser nuestros propios jefes, que todos debemos ser empresarios. Detrás de todo ese bombardeo de discursos, como los de Miguel Ángel Cornejo, o las estrategias de Wong para endulzar a sus trabajadores con juegos y corsos, la explotación sigue existiendo en la falta de derechos y la apropiación de las utilidades.

Lo cierto es que en nuestro país existen miles de trabajadores, de proletarios, que no están organizados. Cuando los trabajadores, como los de la empresa Topy Top o Kola Real deciden formar sus sindicatos, son inmediatamente despedidos con argucias legales, que son la mayoría de veces permitidas por el gobierno pro capital de Alan García. También están aquellos trabajadores independientes, aquellos que hacen trabajos eventuales o que están en el comercio ambulatorio, que sin ser por definición proletarios, requieren también de un nivel de organización.

En el mundo hay países altamente desarrollados (Ej. Europa y Norteamérica) donde los capitalistas, tras históricas luchas obreras, hicieron muchas concesiones y el nivel de vida y derechos sociales de los trabajadores alcanzaron altos niveles. Sin embargo, a pesar la creciente expansión de las empresas y el desarrollo de la tecnología, el capitalismo está generando más concentración de la riqueza en menos manos, y cada vez aumenta la tendencia de quitarle derechos a los trabajadores como pretexto de la alta competencia mundial. Por eso nuestros retos son mayores. A la globalización del capital debemos anteponer la globalización de la organización de los trabajadores, levantando las banderas de sus derechos, y como plantea Carlos Tovar “Carlín” en su Manifiesto del siglo XXI, pasando a la ofensiva con luchas como la reducción de la jornada de trabajo. Nuestra lucha está planteada.

28 de febrero de 2008









Siguiéndole los pasos al dragón

China: entre la aspiración de potencia y el socialismo

Por: Luis Gárate

Mientras la República Popular China se alista a la realización de las Olimpiadas en su capital Beijing, arrecia una campaña mundial que acusa al gobierno chino de reprimir a las fuerzas que aprovechando la coyuntura, piden más autonomía o hasta la independencia de la región del Tíbet.

Más allá del hecho, la mayoría de medios comerciales, líderes políticos, empresariales y analistas mundiales coinciden en caracterizar la situación económica actual de China como un nuevo milagro asiático y como uno de los principales motores de la economía mundial.

En el Perú, Alan García no ha dudado en plasmar en blanco y negro su cerrada defensa del Estado chino frente a lo que considera una "campaña de desprestigio" de parte de algunas "redes interesadas" en detener el impresionante avance del gigante asiático.

No nos debe sorprender la actitud oportunista de García. Por un lado, busca congraciarse con Estados Unidos presentándose como cabecera de playa de sus intereses en Sudamérica y celebrando discutibles medidas como la independencia de la provincia serbia de Kósovo. Antes, se disculpó con el imperio japonés por la poca prioridad que se dieron a las relaciones con Tokio, perturbadas - recordemos- por la protección japonesa a su súbdito, el entonces prófugo Alberto Fujimori.

Ahora sin ningún empacho García defiende el "pragmatismo" de la política exterior de la dirigencia china, argumentando que es un ejemplo ya que no ponen reparos en matices ideológicos o políticos al momento de priorizar la presencia de sus capitales y sus intereses estatales. Lo que el presidente peruano busca, claro está, es poner nuestro país en la bandeja de "socio estratégico" para ser inundados por los capilares chinos.

Sin pretensiones de pontificar, si nos debe llamar la atención el tema de la relación entre la concepción del Estado-nación, su política exterior y la base ideológica que sustenta un régimen político. En esa línea, analizar el perfil que está adquiriendo China en el escenario internacional.

En el caso chino, en el que gobierna el Partido Comunista de China (PCCH) desde la victoria revolucionaria de 1949, se trata de un inmenso estado con más de 1300 millones de habitantes, con una mayoría étnica Han y minorías nacionales que coexisten bajo la conducción del PCCH y representadas en instancias como la Asamblea Nacional Popular.

Hoy gobierna una dirección colectiva presidida por Hu Jintao bajo la orientación política heredada de los ex presidentes, el pragmático Deng Xiaoping y de Jiang Zemin con su tesis de la triple representatividad.

No cabe duda que la dirección del Partido Comunista está abocada a hacer de la RPCH una gran potencia, al fortalecimiento de la presencia china en la arena internacional, con una política exterior que ha abandonado la búsqueda de influencia ideológica por una que pone en primer lugar la atracción de inversión extranjera y la apertura de mercados.

Las prioridades del Estado chino son afirmar su presencia en espacios como la Organización Mundial de Comercio, el G8 y foros como el APEC, y acrecentar su flujo de inversiones en zonas como África y América Latina, que tienen abundantes recursos energéticos y materias primas (ej. minerales).

EL PCCH sostiene la tesis de que se encuentran en la etapa primaria de la construcción del socialismo con características chinas. En esa línea el país esta embarcado en una expansión de la producción industrial y de nuevas tecnologías. Las cifras hablan de más del 50 por ciento de la producción en manos de la propiedad privada, cifra que iría en los próximos años en crecimiento.

El año pasado, ante más de 2.200 delegados en el XVII Congreso Nacional del PCCH, el presidente Hu Jintao habló de la aspiración a una "sociedad modestamente acomodada" como una que goce de una mayor participación per cápita en el consumo con respecto al producto interno bruto (PIB), con una democracia de nivel básico mejorada, con crecimiento de la industria cultural, en la que se ponga en marcha básicamente la educación durante toda la vida, con seguridad social disponible tanto para los residentes urbanos como para los rurales, con un patrón razonable y ordenado de distribución de ingresos y con un concepto de la civilización en lo ecológico que promueva la producción y consumo eficientes en energía y recursos." (Fuente: Diario del pueblo)

Gobernar un país de esas dimensiones acarrea una gran responsabilidad y definiciones estratégicas. Algunos pasos en ese rumbo fueron la aceptación de la propiedad privada en igual de reconocimiento que la propiedad pública en el 2007, y la reciente aprobación de normas para protección de la propiedad intelectual, que apuntan a insertar a China al sistema de mercado mundial y garantizar la seguridad de los capitales transnacionales y de la creciente acumulación de capital chino.

En otro escenario, China promueve espacios como La Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) es una organización intergubernamental fundada el 14 de Junio de 2001 junto a Rusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán, con miras a fortalecer políticas de seguridad regional.

La dirigencia china tiene claro que a la RPCH le corresponde jugar un papel central en la política mundial, y que aún le faltan algunos elementos para afirmar ese papel. Al Perú le corresponde establecer con claridad su política exterior, que debería ser de respeto mutuo y cooperación en la búsqueda de la multipolaridad global, pero sin hipotecar nuestros recursos naturales y biodiversidad, o los derechos de los trabajadores. Esto nos demanda a estar atentos a las próximas negociaciones para alcanzar acuerdos de libre comercio con China.

El camino chino está trazado por un crecimiento económico sostenible superior al 10 por ciento, un elevado desarrollo tecnológico y un poderío militar creciente. China parece distanciarse cada vez más del pensamiento de Mao Tsetung y como sostienen algunos, acercarse más a un capitalismo con una fuerte presencia estatal. La construcción del socialismo con características chinas, en la que se ratifica el Partido Comunista, dependerá del rumbo que adquiera el régimen de propiedad sobre los medios de producción, la lucha de clases y la correlación de fuerzas que, de ser favorable a los trabajadores, puede conducir a China a ser un estado aún más próspero y con justicia social.

12 de abril 2008

martes, 2 de septiembre de 2008

Retos para la izquierda

La concepción del poder rumbo a la Asamblea Nacional de los Pueblos
El reto de una gestión política popular

Por Luis Gárate*

Frente al creciente descrédito de los políticos en el país y la falta de eficiencia de las entidades del estado para brindar los servicios esenciales a la ciudadanía, surge la necesidad de plantear desde la izquierda nuestra propuesta alternativa de gobierno y poder.

En el escenario actual vemos a la izquierda peruana en la marginalidad, que se refleja en su ausencia o poca presencia de los principales espacios de decisión política del país, pasando por el Congreso de la República y los gobiernos regionales y locales.

Sin embargo el descontento social generado por el alza del costo de vida y creciente autoritarismo del gobierno de Alan Gracia están propiciando condiciones para un reencuentro de los partidos y movimientos de izquierda con las organizaciones sociales. En esa línea se ha convocado a la conformación de la Asamblea Nacional de los Pueblos para el 4 de noviembre.


En este contexto es necesario reflexionar sobre la capacidad de las fuerzas de izquierda, en especial de los comunistas, para convertirse en una alternativa viable de poder, que renueve desde sus bases la forma de hacer política.

No debemos olvidar que uno de los principales problemas que presenta los diferentes estamentos del Estado peruano es la poca capacidad de los funcionarios para la gestión y elaboración de proyectos de desarrollo, la duplicidad de competencias, la ineficiencia burocrática, la falta de transparencia y la corrupción, entre otros.

El reto para organizaciones como el Partido Comunista del Perú es realizar un balance serio de la gestión de la izquierda en el estado, cuando en la década de los 80 la Izquierda Unida estuvo a cargo de las principales municipalidades de los llamados conos de Lima e importantes gobiernos provinciales y distritales en el interior del país.

Recordemos que la izquierda levantó la consigna de construir el Poder Popular, que llevo a interesentes experiencias de autogestión y participación como Huaycán, Villa el Salvador, Ilo (en Moquegua), entre otras. Sin embargo esas experiencias de gestión se perdieron en el tiempo. Cabe preguntarnos en qué fallaron las direcciones políticas, las gestiones ediles y las dirigencias de base para que la población no se apropiara de esos procesos y que al final se desvanecieron.


El Poder Popular se entiende como la base de un nuevo Estado, a partir de la construcción de espacios de coordinación y centralización de las organizaciones populares, así como la gestión pública sustentada en la participación ciudadana, es decir la población organizada con capacidad de decisión y fiscalización.

Pero el Poder Popular como germen de un nuevo Estado puede derivar en un una formalidad asambleista si carece de un adecuado diseño y de la educación ciudadana. Actualmente en la legislación peruana existen normas que generan espacios como los presupuestos participativos en los gobiernos regionales y municipales que podrían ser una palanca para la democracia participativa. Sin embargo las gestiones de gobierno a cargo de la derecha, el aprismo y los improvisados no tienen el menor interés en promover dicha participación, pues implica el control ciudadano de su gestión y cuestionan la posibilidad de seguir usufructuando del poder.

Por ello es indispensable que se generen los espacios permanentes de capacitación de los cuadros políticos y de los dirigentes de base para que el Poder Popular no sea solo una quimera o una experiencia pasajera, sino realmente la base del nuevo Estado democrático con orientación al socialismo.

(28-08-08)

*Periodista y militante de la Juventud Comunista del Perú- Patria Roja

Crisis política y ética comunista

Por Luis Gárate

Las denuncias que inundan el acontecer político peruano sobre el copamiento del estado por el Partido Aprista y por los actos de corrupción en entidades públicas no hacen más que poner la cereza sobre la torta en la desacreditada política peruana.

En el diario acontecer noticioso ya es una costumbre escuchar de diferentes casos que atraviesan a casi todos los estamentos de la administración pública, que pasan por las bien conocidas coimas policiales, "compra" de funcionarios judiciales, la contratación de trabajadores fantasmas por los congresistas, así como las grandes comisiones para favorecer a empresas en licitaciones de obras públicas y las compras sobrevaluadas.

Desde las trincheras de la izquierda, en particular desde las filas comunistas, denunciamos con fuerza los actos de corrupción que acontecen en el régimen actual y que responden, en gran medida, a la debilidad de las estructuras políticas y su vinculación a grupos de poder económicos.

Si embargo, en nuestras filas no estamos exentos de ser parte de actos de corrupción y de falta de correspondencia con la ética política. El riesgo de las deformaciones burocráticas y una actuación impropia también han rondado en las filas de las estructuras políticas y gremiales de la clase obrera y los sectores populares.

El hecho de que nuestra propuesta política sea revolucionaria no la hace pura o inmune a la corrupción, pero precisamente en esa aspiración de ser parte de una corriente de cambio de raíz de la sociedad capitalista, que busca ser una alternativa civilizatoria, le corresponde ser también un ejemplo de elevada moral y ética política en la administración de los asuntos públicos.

Lamentablemente en la actualidad vemos los rezagos de un estilo de liderazgo formado en la década de los años 70 y 80, que por un lado caracterizó a una generación que asumió un compromiso político y de vida con los sectores populares, pero que en algunos casos, y bajo la consigna de que el fin justifica los medios, adolece de escrúpulos cuando se trata de anteponer protagonismos personales así como estilos caudillistas y autoritarios.

La izquierda en la gestión de gobiernos locales, así como en la conducción de organizaciones de base, deja un balance con muestras de autogestión y voluntad, entrega y desprendimiento, pero también de falta de transparencia, ambiciones de grupo, sectarismo, división y oportunismo.

Sin no somos capaces de demostrar coherencia en nuestra práctica política y en la vida cotidiana, no podremos concretar un modelo de sociedad que sea una real superación del sistema actual.

El socialismo es un proceso de construcción que debe tener como uno de sus ejes transversales una ética proletaria en la edificación de una democracia real, basada en la transparencia y la eficiencia, con la posibilidad de que una ciudadanía plena ejerza control y fiscalización de los asuntos públicos.

La cita de Mao Tsetung "no tomar a las masas ni una sola aguja ni una sola hebra de hilo" recoge en síntesis uno de los principios de un ética comunista, que debe basarse en una práctica honesta y austera en la conducción y orientación del movimiento popular.

La crisis política y social peruana afecta lo institucional, lo moral, esencialmente la confianza de la gente. El reto de una fuerza política de cambio es ser una alternativa viable de poder y una fuerza capaz de controlar los posibles excesos que conlleva su administración. Por ello la preparación y cualificación integral de la militancia comunista es de vital importancia, y en este mes en el que se recuerda a valerosos mártires comunistas como Jesús Alberto Páez, que sirva para adoptar los correctivos y dar el salto para convertirnos en la fuerza que le dé al Perú un proceso de real democratización y moralización.

Agosto de 2008

Tras el paro

Reflexiones después del Paro Nacional
Nuestra alternativa tras el 9 de julio

Por: Luis Gárate*

Después del paro nacional realizado el 9 de julio, son muchas las voces que desde la izquierda tienen una evaluación bastante triunfalista y señalan que es un importante paso hacia la acumulación a expresarse en la Asamblea Nacional de los pueblos de noviembre e incluso, en miras a las elecciones generales de 2011.

Sin pretender desdeñar la importancia de esta jornada, en un contexto de creciente exigencia social por una mayor redistribución del crecimiento macroeconómico, es necesario señalar que en los hechos, la jornada del 9 no puede sobrevalorarse como un gran éxito. Es un paso, y más bien sugerimos la perspectiva en la que, a nuestro juicio, junto a la acción de masas, debe complementarse con la reconstrucción de una alternativa popular.

Nuestra reflexión se centra en nuestra capacidad de ser alternativa y en la situación de Lima, que sigue siendo el centro neurálgico de las de decisiones políticas, y donde se define finalmente la suerte electoral de nuestro país, pues es el bastión principal a disputar con las fuerzas de derecha y de la reacción.

En ese sentido, el mitin realizado en Lima, con epicentro en la plaza Dos de mayo, fue expresión de los sectores más politizados de la población que llegaron de los conos y que pueden aún movilizarse.

Si bien las encuestas hablan de un respaldo de cerca de un 50 por ciento de limeños al paro, no olvidemos que Lima es el centro de la informalidad laboral y el peso de las “clases medias”. Asimismo, Lima es donde más se sienten los efectos de la modernización capitalista y con el respaldo de los medios de comunicación, se afirma más el modelo.

La cuestión central radica en los resultados políticos de este paro. ¿Será el paro y la acción de masas la principal forma de acumulación política vigente en nuestra sociedad?

Los comunistas no desdeñamos de ninguna manera la acción de masas. Las conquistas de los trabajadores, campesinos, estudiantes, pobladores y otros sectores sociales en el Perú y el mundo, se ha forjado a partir de duras luchas en las calles, que así han derrotado y arrancado una serie de concesiones a las clases dominantes.

Las alternativas en otros espacios
Por otro lado, los presidentes regionales y otros sectores provenientes de la nueva izquierda de los años 60 parten de otra visión, y desarrollan experiencias productivas que, que ahora se afincan en organizaciones no gubernamentales.
Tal es el caso del instituto de Alternativa Agraria (IAA) liderado por Carlos Paredes, antiguo dirigente del PUM y asesor de la Federación de campesinos del Cusco.

Recordemos que Paredes participó en la plancha presidencial de Susana Villarán desde la alianza de centro-izquierda Concertación Descentralista en los comicios de 2006, que agrupaba al Partido por la Democracia Social (PDS) y a un grupo de partidos regionales.

Innovación tecnológica e inclusión en el mercado son sus principales objetivos. La experiencia consiste en el uso y difusión masiva de técnicas ancestrales de riego por aspersión y que permite maximizar el uso dosificado del agua que escasea en la sierra, utilización de gas a partir de abono animal procesado en biodigestores, utilización de energía solar en cocinas, crianza de ganado y cuyes, producción y procesamiento de lácteos. La difusión de la experiencia corre a cargo de líderes comunales conocidos como yachachiqs, que a su vez forman a otros líderes comunales, generando una cadena.

En los últimos meses la experiencia desarrollada por el IAA ha tenido interesantes réplicas en otras regiones, como Apurímac y Huancavelica. La expansión de esta experiencia productiva ha generado un gran interés no solo entre las organizaciones campesinas, sino también de sectores del gran capital nacional y del mismo gobierno aprista.

Actualmente el grupo Romero, perteneciente al célebre empresario montesinista Dionisio Romero, está auspiciando un programa denominado “Para quitarse el sombrero” en el canal del estado, para “promocionar” el espíritu emprendedor de la experiencia de los yachachiqs.

Sin duda esta es aún una experiencia con alcance limitados, que está prosperando en algunas en el sur andino, que ha sido asumida por algunos gobiernos regionales y empieza a entusiasmar a sectores de la gran burguesía criolla. Sin embargo, no es casual que el grupo Romero y los más preclaros voceros del empresariado y del neoliberalismo, como José Chlimper, Pablo Bustamante, o los periodistas Cecilia Valenzuela y Jaime de Althaus, hayan asumido la campaña publicitaria de esta experiencia, presentándola como la gran revolución productiva del agro y viendo la posibilidad de mitigar el descontento en amplios sectores del campo por el poco apoyo estatal al agro y por los efectos previstos del TLC con Estados Unidos en ese sector.

¿Antisistemas?
La pregunta persiste sobre la orientación de la gente que expresa su adhesión a la plataforma del paro, en especial en rechazo al alza del costo de vida, ¿se considera antisistema o quiere ser parte del sistema? Proponemos la pregunta porque, como sostienen analistas serios como Sinesio López, lo que mayoría reclama en las protestas regionales o sectoriales es tener “su tajada de la torta,” es decir, más que expresar una ideología antisistemica, buscan incorporarse al sistema, que crezca la redistribución.

Nuestra reflexión surge en miras a la conformación de las asambleas de los pueblos a nivel local, regional y la nacional para noviembre de este año. Por cierto que será un espacio de gran importancia para un encuentro entre las organizaciones sindicales, populares y la organizaciones políticas para discutir seriamente una plataforma programática.

Lima, la ciudad capital, centro principal de las decisiones políticas y económicas, es el gran bastión a disputar al aprismo conservador, y a las diferentes expresiones de la derecha que gobiernan la municipalidad metropolitana y la gran mayoría de distritos.

Un síntoma es la aceptación de un 75 por ciento de limeños a la gestión del acalde Castañeda en Lima, producto del derroche de obras viales y recreativas, y que por arrastre produjo la elección de sus acólitos en la mayoría de distritos limeños. Recordemos también que fue Lima la plaza que le dio la estrecha victoria a García en la segunda vuelta frente a Ollanta Humala.

Lima es en realidad la expresión de lo que el politólogo Bernard Manin denomina la democracia de audiencia, donde la agenda política es establecida por los medios de comunicación y los sondeos de opinión, el electorado es fluctuante y prima la imagen de los políticos más que programas o debates ideológicos.

La reconstrucción del referente político
Si el Partido Comunista del Perú busca ser una alternativa de poder, debe asegurar su continuidad generacional, y evaluar nuevas formas de recrear la política, partiendo de los nuevos condicionamientos impuestos por el sistema y nuevas dinámicas sociales.

Es importante que tomemos en cuenta la difusión de las experiencias productivas, como un reto frente a precarización laboral y la pauperización de amplios sectores de la población, que como vemos en la capital, se ven lanzados a actividades de supervivencia y la casi mendicación.

Resulta imperativo que busquemos diferentes formas de trabajo de formación de la militancia juvenil, que además los convoque a partir de sus necesidades concretas, que son las de formación educativa, laboral, recreación y cultura. Esto, de la mano con institucionalizar un espacio de formación en el conocimiento del estado, de la gestión pública, así como en la validación de experiencias de gobierno de otras experiencias de izquierda en el mundo, a partir de la democracia participativa, experiencias económicas solidarias y cooperativas, siempre desde una perspectiva crítica y con un análisis marxista de la realidad.

Para fortalecer la organización debemos apuntalar, y bajo los lineamientos de nuestra II Conferencia Educacional, la base troncal de la militancia, asentada esencialmente en la columna magisterial, buscando ganar una mayor representatividad como vocero de los intereses de los trabajadores de la educación, de los obreros (trabajadores de la manufactura, textiles, de servicios), campesinos, y sectores de la pequeña burguesía en miras de avanzar en la construcción del Partido Revolucionario de Masas.

En la medida que nuestro principal reto en la perspectiva es recuperar espacio y liderazgo en Lima metropolitana, nuestra tarea es recuperar la mediación y representación de los sectores populares, con nuevas estrategias de comunicación y un programa alternativo claro para Lima y los distritos. Asimismo ganar más espacios para integrar a jóvenes profesionales, haciendo trabajo de difusión y de organización, y aprovechando sus capacidades en tareas de la organización, como la formación de la militancia y en la elaboración de proyectos que, así como las experiencias productivas del sur andino, permitan validar prácticas, como proyectos productivos, centros educativos y de formación laboral, cooperativas, entre otros. Si buscamos ser una alternativa real y viable de gobierno y de poder, tenemos los retos planteados.

*Periodista y militante de la Juventud Comunista el Perú- Patria Roja


23 de julio de 2008

El poder… ¿nace del voto o del fusil?

Sobre el viejo debate entre revolución y reforma
Por Luis Gárate

En estos días en que en nuestro país vive jornadas como el moqueguazo, se prepara un paro nacional para el 9 de julio y las protestas sociales se reavivan en exigencia de una mejor distribución de la riqueza, el tema de las formas de lucha cobra gran vitalidad para los comunistas.

Se trata, cabe recordar, de una discusión que rondó en las filas del socialismo casi desde sus orígenes. Desde las importantes debates entre Carlos Marx y los anarquistas bakunianos a mediados del siglo XIX, pasando por la división entre los socialistas revolucionarios partidarios de Lenin frente a los reformistas seguidores de Bernstein en los primeros años del siglo XX, y luego en los debates entre las vertientes maoístas, las foquistas y las posiciones comunistas “oficiales” que defendían la coexistencia pacífica del PC soviético.

Para los partidarios de la visión marxista del socialismo, está claro que el rasgo revolucionario radica en primer lugar en la teoría. El análisis de la sociedad capitalista, sus contradicciones así como la alternativa a este sistema, es profundamente revolucionaria, pues Marx habla del paso de un tipo de sociedad a otra, un cambio que solo puede ser radical –entiéndase de raíz – ya que implica cambiar los cimientos mismos de la sociedad organizada en torno a la propiedad de los medios de producción.

Pero, cuando hablamos de un cambio radical, ¿hablamos solo de un cambio violento, un cambio por la vía de la insurrección armada? Frente a este interrogante, no faltan aquellos que acuden a la célebre frase de Marx, “la violencia es la partera de la historia” o “el poder nace del fusil” acuñada por Mao Tsetung.

Lo que hacen algunos es sacar de contexto las palabras, haciendo de ellas una mecanización de frases útiles para justificar sus aventuras teóricas y sus ímpetus de “dirigentes” en algún escenario de agitación.

Las formas de lucha, acercándonos a un análisis marxista, responden a la lucha de clases y a la correlación de fuerzas sociales y económicas en determinado período de desarrollo de la sociedad.

Retornamos de nuevo a la pregunta inicial, ¿el poder nace del voto o del fusil? ¿Existe, acaso, una absoluta contradicción entre ambas formas de lucha, la electoral y la armada?

La lucha política y social en la democracia capitalista adquiere diferentes formas, y en determinados escenarios deriva en la violencia. La violencia no es gratuita, y se explica cuando la formalidad institucional burguesa no canaliza ni resuelve las contradicciones entre las clases sociales.

El escenario internacional
Vale la pena revisar la situación de los movimientos que en el mundo y desde el socialismo levantaron la lucha armada como forma de alcanzar el poder en sus diferentes expresiones.

El caso más emblemático fue la Revolución rusa de octubre de 1917, que se dio en un escenario marcado por una monarquía zarista en debacle por involucrarse en la I Guerra Mundial, con la crisis en las filas militares rusas, y un gran vacío de poder, y por la participación de muchos actores revolucionarios. Sin duda la dirección política de Lenin y los bolcheviques en ese proceso fue decisiva en el curso de los acontecimientos y la victoria de una salida hacia la revolución socialista.

La victoria comunista en China fue el resultado de una guerra del campo a la ciudad prolongada y alimentada en la lucha campesina contra un régimen corrupto con remanentes feudales y luego, por la guerra nacional contra la invasión japonesa.

Las corrientes más radicales derivadas del maoísmo que se desplegaron en China en los años 60 y que tuvieron cierto eco en países como Camboya, acabaron en experimentos políticos que derivaron en el dogmatismo, el sectarismo y la violencia indiscriminada. (Revolución Cultural china, Khmer Rouge camboyano) y nutrieron en ideas a fenómenos como el senderismo en nuestro país.

La luchas guerrilleras en latinoamericana tuvieron su cúspide en 1959 con la victoria del movimiento liderado por Fidel y Che en Cuba, cuando contra todo pronóstico, este grupo con aspiraciones democráticas pudo vencer a un ejército regular y tras su victoria, iniciar la construcción del socialismo. Las guerrillas centroamericanas que se inspiraron en la victoria de la Revolución Cubana, provocaron guerras civiles e incluso lograron el poder, como el caso nicaragüense, pero luego y por la ofensiva imperialista esos procesos se resolvieron por acuerdos de paz y transiciones hacia la lucha política electoral como en Guatemala y el Salvador.

Las luchas por la liberación nacional en África y Asia también derivaron hacia procesos socialistas, como en el caso vietnamita, y en el caso africano hacia procesos de democratización, pero que luego se convirtieron en procesos estancados por la caída del bloque socialista, por problemas económicos y conflictos internos.

Hoy encontramos experiencias como las luchas del Partido Comunista- Maoista contra la monarquía retrograda en Nepal, o las luchas de reducidas fuerzas guerrilleras en México,

Otro ejemplo es la situación que vive Colombia. La experiencia desarrollada por las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC-EP) desplegada desde hace más de 40 años, es una muestra de cómo una fuerza revolucionaria desarrolla una lucha armada de largo aliento, pero se ve desgastada en el tiempo. Las FARC inician su accionar en la defensa de los intereses de los campesinos y el pueblo frente a una oligarquía intolerante, que luego se convierte en una fuerza guerrillera que lucha por el poder por la vía tanto militar como política, y que termina en una guerra de resistencia que solo parece tener solución en una salida política negociada.

Podríamos delinear como balance que la lucha insurreccional y armada se da en determinados escenarios, y ha prosperado donde se han agotado otras vías de lucha, en contextos con una precaria institucionalidad, vacíos de poder, en un entorno internacional convulsionado por grandes conflictos.

La experiencia peruana
En el Perú, tuvimos la experiencia de Sendero Luminoso y el MRTA, grupos que iniciaron la lucha armada a comienzos de los años 80, desde un maoísmo dogmático y una inspiración guevarista, respectivamente, y que provocaron una espiral de violencia y una brutal respuesta de los aparatos represivos del Estado, que utilizaron la ocasión para golpear a todo el movimiento popular y eliminar a miles de peruanos inocentes de las zonas andinas y amazónicas.

Las fuerzas que fueron a la lucha armada en los 80, iniciaron su accionar en un momento en que las clases dominantes así como las fuerzas populares salían de una dictadura militar, para disputar el control del estado con las reglas de juego de la democracia burguesa.

Una lección de la experiencia peruana es que las fuerzas insurrectas subestimaron el poder de las fuerzas armadas y policiales, que contaban con una estructura más sólida, una capacidad de fuego muy superior y el adiestramiento en la doctrina antisubversiva y guerra sucia de la CIA. Jugaron a la agudización de las contradicciones entre las población rural y marginal frente al Estado, especialmente en el caso de Sendero Luminoso, y terminaron poniendo al pueblo entre 2 fuegos: el de las fuerza represivas y el de las fuerzas insurreccionales.

El uso de la violencia y las armas se justifica plenamente en escenarios en los que las fuerzas revolucionarias y populares generan sus mecanismos de autodefensa frente a las clases dominantes, que no dudan en acudir a los aparatos represivos e incluso al paramilitarismo para consolidar su poder.

Sin embargo, en el escenario donde la democracia burguesa se respalda en las fuerzas armadas fuertes y se fortalecen las formas capitalistas de acumulación, crece la desigualdad en la distribución de la riqueza, se generan las condiciones para construir redes de coordinación de movimientos sociales que pueden dar un salto a la representación política. (Ejemplo, el caso boliviano).

En el caso peruano, donde subsisten las contradicciones de clases, junto a otras formas de exclusión, como el racismo; donde el Estado está en manos de una clase dominante sin proyecto nacional, cuenta sin embargo con el control de los aparatos represivos con alcance nacional, y el respaldo de un empresariado vinculado al capital transnacional. La tarea es acumular fuerzas en un frente popular para combatir a estas redes político-económicas clientelistas.

En un escenario de este tipo, con los grupos insurrectos totalmente derrotados y aplastadas militarmente por las fuerzas armadas, con un repliegue de las fuerzas de izquierda del escenario electoral, pero por otro lado, con profundas grietas sociales y de clase, donde la violencia social debe ser canalizada, a los comunistas nos correspondería asumir un papel de liderazgo de esas fuerzas para encausarlas hacia una plataforma amplia, que conduzca a un proyecto de refundación nacional y que construya un nuevo estado con una participación más activa en la producción y nuestros recursos naturales.

Esta titánica tarea no puede ser asumida solamente por un foco guerrillero o un partido militarizado en las condiciones socioeconómicas y geográficas de nuestro país. Debe ser asumida por una estructura política y social mayor, que además, y es indispensable, esté vinculada al proyecto de cambio latinoamericano y a la lucha por revertir el orden global actual que afirma una mayor concentración del capital, y una ofensiva contra los trabajadores del mundo.

La Revolución Peruana puede tener sus características propias, y como lo muestra Venezuela, Bolivia y Ecuador, puede abrirse campo desde el escenario electoral. A los comunistas nos corresponde acumular y preparar la fuerza popular, que, sin caer en la deformación electorera, y desde la lucha reivindicativa y programática, se convierta en la alternativa de cambio real para nuestro pueblo.

02 de julio de 2008












Autocríticas y perspectivas comunistas

Por Luis Gárate

Mientras la globalización capitalista es golpeada, pero permanece en pie ante las crisis financieras, la creciente desesperación de los pobres por la carestía de alimentos y los visibles estragos del calentamiento global, en el mundo y más en nuestro país no parece aclarar el panorama para la los comunistas.

En medio del creciente clima de represión del gobierno de Alan García, insistimos en algunos aspectos que, al ponerlos en blanco y negro, nos pueden ayudar a no pasarlos por agua tibia.

Suele pasar que en la actividad partidaria, las luchas reivindicativas y las pugnas de poder, nos olvidamos que nuestro fin último es plantear soluciones concretas a los problemas de la gente y hacer de nuestra acción política una alternativa viable.

A pesar del terrible descrédito de la política aquí y en la mayor parte del mundo, los ciudadanos siguen votando por políticos y son parte del juego mediático de la política que se disputa entre el marketing y las obras públicas pomposas.

Los comunistas hoy
Después de la caída del bloque soviético, muchos creyeron sepultado al comunismo. Fue sin duda un duro revés, y a pesar de la tenacidad de muchas organizaciones comunistas en mantenerse firmes, aún la crisis no ha sido remontada con una renovación teórica y organizativa.

Si le damos un vistazo a la situación de las izquierdas comunistas en el mundo, exceptuando claro, a los estados con regímenes socialistas como Cuba, China, Vietnam o Corea del norte, no es muy alentadora. El repliegue de los comunistas en diferentes escenarios es notorio, lo comprobaremos si repasamos sus cifras desde Moscú a Paris, de Pretoria a Canberra, o de Santo Domingo a Buenos Aires. En otros escenarios (Ej. Nepal, India, Chipre) han mantenido posiciones o alcanzado algunas victorias.

En el escenario nacional, los comunistas peruanos (incluimos a las vertientes que fueron pro soviéticas y pro chinas) parecemos relegados cada vez más a seguir con nuestros farragosos diagnósticos de la coyuntura y disputando el control de algunos espacios gremiales cada vez menos representativos.

Mientras tanto el macartismo y la paranoia anticomunista regresan con bríos, gracias a la dirección aprista cada vez más derechizada que nos gobierna y se empeña en acusar a todo crítico a su gestión de comunista, pasando por perro del hortelano hasta de traidor a la patria.

Sin embargo nuestra crisis es más interna que externa, porque no hemos respondido con la suficiente creatividad frente a la creciente presión que ejerce el sistema sobre nuestras condiciones de vida, en lo material y hasta en lo emocional.

Asimismo no tenemos referentes públicos. Nuestros liderazgos políticos, si bien es cierto tienen una trayectoria y experiencia, carecen de presencia pública nacional. En política es indispensable el posicionamiento público de los líderes, ya que no basta con tener la condición de dirigente partidario para ser percibidos como conductores, o más aun, tener prestigio. Requerimos nuevos rostros públicos con, ante todo, arraigo social, y también preparados, con capacidad de transmitir nuestra propuesta con sencillez y carisma.

Encima que tenemos cerrados los grandes medios de comunicación corporativos, abandonamos los medios propios. No hay revistas teóricas, periódicos de gran tiraje, programas de radio de gran alcance ni sitios Web dinámicos.

Tampoco superamos un estilo del debate, y caemos en la dinámica de discusiones interminables cargadas de conceptos y términos ajenos a la gente, creyendo a veces que tenemos la verdadera interpretación de la realidad (desde el marxismo-leninismo), y que la política se decide entre las 4 paredes de una asamblea o un congreso.

Nuestros retos
Partamos de la idea que el Perú requiere de una élite dirigente. Una élite creativa e imaginativa, como señalaba Mariátegui. Hoy lo que tenemos en el poder es una banda de empresarios preocupados en maximizar sus ganancias, un aparato burocrático que vive de la ineficiencia pública y encabezados por los políticos preocupados en ser eficientes administradores, para complacencia de ambos grupos.

El país está embarcado en un modelo basado en el crecimiento económico a partir de la inversión privada extranjera y una lógica de privatización de toda actividad económica nacional, en particular de la explotación de recursos naturales estratégicos como los minerales y el gas. No olvidemos la creciente apertura económica a través de la firma de tratados del libre comercio con países como Estados Unidos, Canadá, Singapur y uno próximo con China.

Sabemos que no existe esa élite alternativa desde la izquierda comunista ¿acaso la estamos construyendo? Decimos que nos estamos preparando para ser gobierno con otras fuerzas, hablando hasta el cansancio de la unidad, pero ¿tenemos acaso el equipo político necesario para afrontar el cambio radical del Estado como lo conocemos, así como un cambio económico, social, hasta en la conciencia de la gente?

Hay que construir el equipo, decimos. Lo estamos construyendo poco a poco, respondemos. Sucede que con frecuencia perdemos el norte de nuestra lucha. La construcción de esa élite capaz de ser un agente con real capacidad transformadora es un gran reto. Su preparación debe ser ideológica y sobre todo programática. Debe entrar al terreno del debate de ideas, de la producción artística y cultural. Se forma en la lucha local y nacional, pero sin perder de vista la necesaria dimensión internacional de la batalla por el norte socialista.

Nuestro proyecto hoy más que nunca debe tener un contenido internacional, pues el gran capital opera a nivel global, el imperialismo acude a todo tipo de maniobras internacionales y el cambio climático afecta cada vez a más rincones de nuestro planeta.

Nos queda la tarea de convertirnos en élite, en liderazgo real y social, en mito inspirador y realidad política organizativa, capaz de ser la voz de los trabajadores y los excluidos de nuestro país y obligatoriamente ligada a los comunistas de otros países y las organizaciones que luchan por más democracia, por una economía sustentable, por los derechos humanos y la diversidad cultural.

La primera gran tarea de los comunistas, y en general de toda fuerza de izquierda y progresista es hacer que la democracia no sea solo una formalidad. Esta debe asentarse en instituciones sólidas y en un crecimiento económico de la mano del desarrollo, es decir que el Estado cumpla su papel en redistribuir la riqueza con eficiencia, promover el empleo digno, crear una aparato público transparente y que llegue con servicios esenciales y de calidad a las grandes mayorías, en especial a través de reformas radicales en educación, salud y vivienda.

Si creemos vigente la propuesta teórica de Marx y Engels, es momento de empezar a relanzar nuestra vocación internacionalista, y desplegar la lucha mundial por revertir el orden a favor de los trabajadores, los pueblos y por la viabilidad misma de la humanidad en armonía con la naturaleza y la tierra.


Junio de 2008

Proyecto Histórico y Seguridad nacional

Por Luis Gárate

El tema de la seguridad regional y nacional se ha puesto en la primera línea de la noticia tras los recientes impases fronterizos provocados por la intervención de fuerzas militares colombianas en territorio ecuatoriano para eliminar una columna guerrillera de las FARC.

Mientras toda la atención mundial estaba centrada en la tensión diplomática entre Colombia, Ecuador y Venezuela, en nuestro país el gobierno aprista aprovechaba para atizar el fantasma de la agitación social supuestamente alentada por rezagos terroristas financiados por el “chavismo”.

Durante la última celebración del “Día de la fraternidad”, los líderes apristas, encabezados por el veterano Armando Villanueva, dejaron en claro cual era –según ellos- el nuevo “imperialismo” que habría reemplazado al norteamericano y al que habría que enfrentar: el bolivarianismo venezolano. En su afán de justificar su política anticomunista y de sometimiento a los Estados Unidos (cuyos antecedentes ya conocemos en la tesis hayista del interamericanismo democrático sin imperio) la cúpula del PAP ha buscado la principal amenaza a la integración latinoamericana y a la “estabilidad democrática” en los proyectos de cambio que están cuestionando la hegemonía norteamericana en la región.

Esta visión macartista es alentada por las principales empresas de comunicación con un clara orientación neoliberal y que siembran un clima paranoico frente a toda opción política de cambio, donde se mezcla en un mismo paquete a los nacionalistas, la izquierda y a las organizaciones populares con la Revolución Bolivariana e incluso con los rezagos del terrorismo.

En este contexto, la política de seguridad nacional es un tema clave. Debemos discutir que noción de seguridad tenemos en el contexto de los problemas y nuevos retos de la seguridad global. Si partimos de que una opción política implica una visión integral de la sociedad, la seguridad no puede desligarse de un proyecto nacional, un proyecto de país, de estado y de inserción en la política mundial.

De lo dicho anteriormente se desprende que existe una confrontación en Latinoamérica entre dos proyectos: los gobiernos que buscan construir un bloque progresista, y por otro lado, el que busca una política de sujeción a la política exterior norteamericana. A pesar de los matices, no es poco lo que está en juego. En el fondo están en disputa temas vitales para la supervivencia del estado-nación, de la región y -nos atrevemos a decir- de la humanidad en su conjunto. Entre estos temas destacan el autoabastecimiento energético, la protección y economía sustentable con el medio ambiente, en especial el cuidado de la biodiversidad y como afrontar el calentamiento global, la educación y el desarrollo tecnológico, la promoción y la calidad del empleo, el intercambio e integración comercial, el desarrollo social, entre otros.

De esta manera hablamos de una concepción de seguridad nacional para el Perú desde la perspectiva de un Proyecto Histórico, en la medida que ante la situación del Perú y de la región, es necesario construir un bloque político y social que afronte los retos mencionados y que enfrente la concepción neoliberal, la que pone en primer lugar el ingreso del capital extranjero sin asegurar la sostenibilidad de los recursos naturales para el abastecimiento y el bienestar nacional.

Frente al inmenso reto de construir un estado soberano, democrático y popular, eficiente y que inserte al Perú al mundo dentro de un bloque regional independiente, surge la necesidad de constituir un bloque histórico y patriótico, en términos de un frente nacional que agruparía a las fuerzas nacionalistas, comunistas, socialistas, así como los segmentos progresistas del pensamiento aprista y del cristianismo. Tendrá la misión de fortalecer el capitalismo nacional y desarrollar las potencialidades económicas del Perú arraigadas en su gran iniciativa empresarial y en la inmensa biodiversidad, por ejemplo el desarrollo e investigación de la biotecnología.

Si analizamos la situación de la izquierda y en especial de los comunistas, no se puede pensar para el mediano plazo en un proyecto de vanguardia con posibilidades de gobierno. Para los comunistas, el reto es constituirse en una fuerza independiente, con asiento de clase y con mucha mayor influencia teórica y cultural.

Proyecto histórico y fuerzas de seguridad

En ese proceso el papel de las fuerzas armadas y la policía nacional juegan un rol central. Para lograr los cambios, como rescatar el papel del estado en el control de los recursos naturales estratégicos, para tratar con el gran capital internacional en condiciones dignas para los trabajadores peruanos y para el medio ambiente, se requiere una amplia unidad política y social que incluya las fuerza armadas como un pilar institucional de la democracia, y junto al pueblo organizado, enfrenten al sabotaje del imperialismo y las fuerzas que se resisten a los profundos cambios que requiere nuestro país.

Para eso nuestras fuerzas armadas y la policía nacional deben superar las influencias que han penetrado toda su doctrina y currícula, que tuvo su expresión más nítida en la lucha contrasubversiva y el apoyo institucional al régimen fujimontesinista. Esas concepciones basadas inicialmente por la política anticomunista de la guerra fría impartida en la Escuela de las Américas, así como la actual política de seguridad frente al “terrorismo global”.

En esa visión, existe una férrea integración entre la defensa de la patria, la legalidad constitucional y un orden social sustentado en los valores tradicionales católicos y aristotélicos de la desigualdad social natural. Con esa lógica toda opción de izquierdas es considerada potencialmente subversiva, perturbadora del ”orden natural” y es inmediatamente infiltrada para monitorearla y sabotear su accionar.

El reto de un Proyecto Histórico de cambio radica en que partiendo de los valores cristianos que imprimen la realidad social peruana, se de un salto real a una concepción de fuerzas armadas y fuerza de seguridad pública modernas y altamente tecnificadas, pero ajustadas en dimensión y recursos a la defensa de una nueva legalidad, superando la “defensa del estado”, que en realidad es un aparato ineficiente y burocrático que sirve a las clases dominantes y no está al servicio de la mayoría de peruanos. Esto como parte de una nueva carta constitucional, que plantea el reto de fuerzas de seguridad plenamente integradas al pueblo, con una clara noción y práctica de la defensa de los derechos humanos y de la diversidad cultural peruana.

El proyecto histórico debería recoger elementos de concepciones como la seguridad humana planteada por las Naciones Unidas. La seguridad nacional no radica solo en el superioridad militar y en la supervivencia del estado, sino en que exista un desarrollo integral del conjunto de la sociedad. Una política de seguridad humana sería la más patriótica, porque su fuerza, mas que basarse en un millonario poderío militar, radicaría más bien en la fuerza unida del pueblo con sus fuerzas armadas y policiales, e implicaría una férrea defensa frente a las pretensiones expansionistas de las clases dominantes de países como Chile.

En materia de seguridad interior o pública, se debe superar la militarización de las fuerzas policiales y hacerla una fuerza ciudadana con un enfoque preventivo, más que dedicada a la represión violenta e indiscriminada de la protesta social y la actividad delictiva.

Una política de seguridad humana enmarcada en el proyecto de cambio debe atacar de manera integral problemas del narcotráfico, y con una política regional concertada, deberá atacar la expansión del consumo y combatir a las cadenas y mafias del comercio ilegal de drogas que están enquistadas en altas esferas del poder. Asimismo para mejorar la seguridad ciudadana, la integración policía-ciudadano debe pasar por el mejoramiento de los procesos formativos y las condiciones laborales de vida del personal, en especial del subalterno (Por ejemplo, a través de la sindicalización).

La perspectiva de las fuerzas del cambio es recuperar y fortalecer su capacidad de organización y movilización popular, así como en formar los equipos de gobierno y los cuadros especializados para las propuestas y la gestión de los asuntos públicos, y en especial en el nuevo enfoque de seguridad que demanda la construcción del Proyecto Histórico.

Con el ejemplo de San Martín y Bolívar, Grau y Bolognesi, de Quiñones y Mariano Santos, y del proyecto patriótico del General Juan Velasco, las fuerzas armadas y policiales podrán jugar su verdadero papel de defensa del pueblo ante los grupos que sirven a sus mezquinos intereses y empeñan la nación al gran capital y a los poderes hegemónicos.

Marzo de 2008

Apra e izquierda hoy

Aprismo y socialismo hoy
Por Luis Gárate

Recientemente el primer ministro Jorge del Castillo, conocido dirigente del Partido Aprista Peruano, refirió en una entrevista televisiva que en la disputa entre el aprismo y el comunismo, la historia había demostrado la victoria de las ideas de Haya de la Torre sobre las de José Carlos Mariátegui.

Estas discutibles declaraciones completaron su intervención donde evidenció un grosero y primitivo anticomunismo -parte de la herencia hayista- luego que Del Castillo tildara de comunistas a los voceros de las organizaciones de derechos humanos que insisten en investigar la matanza del penal El Frontón
y otros sucesos durante el primer régimen de Alan García.

Podríamos fácilmente tildar a Del Castillo de vocero de una organización dirigida por los mismos que en los 80 estuvieron acusados por violaciones de derechos humanos y actos de corrupción, y que hoy le hacen gestos al fujimorismo y a la derecha empresarial. Pero¿ acaso no merece una reflexión más profundala la evolución del mensaje de Haya y de Mariátegui en las dos vertientes de lo que podríamos llamar el pensamiento social o izquierdista peruano?

El Partido Aprista Peruano, que tiene sus orígenes en el Alianza Popular Revolucionaria Americana fundada por Víctor Raúl Haya de la Torre a mediados de los años 20 del siglo pasado, es sin duda el germen del partido político más grande y organizado de la historia política peruana.

Sin embargo, a pesar de ser inicialmente de inspiración revolucionaria y en la acción de masas, de haber sido acosados por la oligarquía peruana, pronto se demostraría que sus dirigentes (empezando por su fundador) solo buscaban el acomodo y la llegada al poder a costa de renunciar a sus principios fundacionales como el antiimperialismo y las reivindicaciones populares.

Efectivamente el PAP llegó al poder en 1985 para hacer un gobierno de inspiración socialdemócrata que terminaría en un desenfrenado populismo, actos de corrupción y una repuesta indiscriminada ante la violencia política interna.


Otro fue el camino de Mariátegui y el Partido Socialista, luego Comunista. Para la historia política peruana queda claro, más allá del debate sobre su filiación a la III Internacional, la adherencia del Amauta al socialismo marxista revolucionario de la experiencia bolchevique.

A pesar de los esfuerzos de Mariátegui en la fundación de la organización política y obrera (1928), la implacable persecución política y la lectura dogmática de la situación peruana llevaría a los dirigentes comunistas que lo sucedieron a replegarse frente al aprismo y sus maniobras.

El partido comunista centró sus esfuerzos después de la muerte de Mariátegui (entre los 40 y 60) a la consolidación de la organización sindical, campesina y estudiantil, y en la que sin duda tuvo mayores conquistas agrupando al movimiento obrero en torno a la CGTP.

La historia del socialismo peruano posterior a los años 60 está marcada por las divisiones con influencia internacional (ruptura chino-soviética, revolución cubana, Mayo del 68, etc.) y las deformaciones militaristas que llevarían a fenómenos como Sendero Luminoso.

El proceso nacionalista liderado por al general Juan Velasco (años 70) permitió a la izquierda una gran acumulación de fuerzas que culminarían en importantes experiencias unitarias. Su cúspide fue la formación del frente Izquierda Unida en los 80. IU fue en su momento una de las más grandes formaciones a partir de la unidad política con el movimiento popular (trabajadores, campesinos, estudiantes, movimiento barrial, mujeres, etc.)

Desde estos antecedentes, afirmar que el aprismo es la doctrina victoriosa es muy relativo. Es la dirigencia caudillista de Alan García, el trabajo de su maquinaria política electoral y la alianza con los grupos de poder, más que los principios apristas, los que realmente han encumbrado al PAP al poder nuevamente.

Mientras tanto desde el socialismo somos críticos y espectadores. No cabe duda que de esta situación marginal de la izquierda, de los comunistas y socialistas peruanos, tienen una gran responsabilidad los dirigentes que vienen de los años 60 y 70. Esta actitud errática y de capillas se demuestra en su desempeño en los últimos comicios generales de 2006.

Pero no se trata solo de hablar de culpables de ayer, sino de lo que hagan los ”renovadores” de hoy, algunos de los cuales son fieles discípulos de mviejas mañas.

A pesar de los innumerables diagnósticos y lecturas políticas de la realidad nacional y mundial que tiene la izquierda socialista, existe una desconexión con
los tejidos sociales, con la gente de a pie. Pareciera haber una combinación de pragmatismo con frustraciones políticas, intereses particulares, y la falta de un mito motivador o una fe, al entender de Mariátegui.

El trabajo con los jóvenes aparece como vital en los discursos de los dirigentes de la izquierda. Sin embargo, la falta de constancia y la no comprensión
de las nuevas dinámicas sociales de los jóvenes de las clases medias y de sectores populares, combinada a las actuales condiciones materiales de vida (sistema laboral precario) crean brechas por remontar.

Existen en la izquierda sectores reacios a refrescar sus discursos, con el pretexto de la fidelidad doctrinal, e insisten en repetir ante cualquier auditorio sus encendidos discursos sin comprender la escasa cultura política de la gente.

Claro que no es materia solo de discursos. Son rollos y formas de trabajo, o simplemente la ausencia de trabajo político alguno. Lo cierto es que no empatamos con la realidad de la gente.

Eso nos debería llevar a pensar en dos planos: el comunicativo y el organizativo, con el rescate de la proyección del socialismo a nivel nacional, latinoamericano y mundial. En las comunicaciones se trata de dar la batalla de ideas renovando lenguajes y mensajes, sin abandonar principios y aprovechando los abundantes recursos existentes (recursos publicitarios, Internet, etc.) En lo organizativo implica hacer redes más flexibles y funcionales a los espacios donde participan los jóvenes (espacios culturales, centros de estudio y capacitación, clubes deportivos,
etc.)

Es evidente que desde el socialismo debemos hacer algo por construir de abajo, pero algo nuevo inspirado en lo viejo. Si no usamos lo mejor de nuestra creatividad, estaremos condenados a admitir que los seguidores de Mariátegui, las personas con nombre y apellido que no somos capaces de recrear una alternativa socialista, habremos sido realmente derrotados frente al oportunismo político que dirige nuestro país.

Abril de 2007





Izquierda y poder

La izquierda y el poder actual

Por Luis Gárate

El reducido espacio de la izquierda peruana coincide en caracterizar al gobierno de Alan García en curso como del continuismo neoliberal y la alianza de poder entre el partido aprista con los grandes empresarios transnacionales. No obstante, desde la izquierda peruana no aparece una reflexión trabajada sobre el manejo de las contradicciones internas y la forma de ejercer el poder el interior de sus organizaciones políticas. La discusión y propuesta del tema de poder usualmente se limita a la tradición teórica del marxismo sobre el poder político. Debemos valorar los aportes de Lenin en la materia, que son de obligada lectura y cita en la tradición comunista y de gran parte de la izquierda peruana.

A pesar de estos aportes, se soslayan una serie de factores que se consideran sobreentendidos o simplemente inconvenientes para el quehacer de las organizaciones políticas de izquierda, y que solo se ventilan tras bastidores, y llevan muchas veces a repetir vicios y reproducir prácticas que inmovilizan las perspectivas políticas de los partidos. En esta reflexión pretendemos acercarnos a un tema que tiene amplios enfoques teóricos y es más bien una invitación para el debate. En primer lugar, entendemos el poder como una dimensión que es transversal a los seres humanos en la vida social, como parte de su socialización y naturaleza, no se puede cerrar el concepto al tema del poder político.

La lucha por espacios de poder en las personas es cotidiana, y conlleva u sinnúmero de conflictos que no pocas veces se han saldado con maniobras, violencia y la eliminación física. El poder entendido como control, el lograr que otras personas hagan lo que uno desee o considere pertinente. Encontramos pugnas de poder en la vida familiar, en las relaciones sociales, laborales, ¡incluso de pareja!

Cuando nos referimos al poder político, abarcamos todo lo concerniente al manejo de lo público, de la administración del Estado y a la pugna de las organizaciones políticas y las personas dentro de ellas para acceder a posiciones de ese poder, administrarlo y acrecentarlo.

"El poder político es simplemente el poder organizado de una clase para oprimir a otra." es la afirmación de Carlos Marx que englobaría la visión para la izquierda. Para la izquierda marxista, en especial para los comunistas, la lucha por el poder es indesligable de la lucha de clases, y dentro de ella, es la pugna del instrumento político, el partido de clase, para llevar al poder al proletariado y construir el socialismo. Es aquí donde no existe suficiente literatura sobre el manejo de poder al interior de los partidos de clase, en general en el seno de las organizaciones revolucionarias y de izquierda. Existe una ideología y una praxis en la tradición, en las formas organizacionales, las estructuras, las estrategias, pero no una fórmula o teoría para el poder dentro de la izquierda.

Esto nos lleva a recordar que la izquierda no escapa a esas dimensiones de lucha por el poder que se da en casi todos los ámbitos humanos, y con más razón en todas las estructuras políticas. Es aquí que aparecen en el tapete temas claves como el papel que juega el liderazgo, los estilos de conducción, la democracia interna, la funcionalidad, la cultura e identidad organizacional, entre otros.

La natural pugna de poder al interior de la izquierda, propia de la política, se considera implícita. No está en los libros, si no en el devenir mismo de la actividad, en las intrigas en las cúpulas dirigenciales, en las negociaciones y correlaciones de los congresos, en las elecciones de cargos y el desarrollo de los liderazgos, en las transiciones generacionales, entre otras. En ese sentido, no hay una sola forma de abordar el tema, puesto que el poder dentro de los partidos variará junto a los estilos de conducción, tanto del liderazgo individual como del colectivo. Si bien es cierto son determinantes la ideología o marco doctrinal de la organización y su composición de clase, ninguna escapa al estilo impreso por las diversos tipos de personalidad y a los proyectos colectivos en permanente tensión con las aspiraciones personales. El científico ambientalista británico James Lovelock señala en ese sentido que en cualquier forma de organización humana siempre saldrá a relucir una esencia tribal, donde se impone la jerarquía y el papel del líder de la tribu.

Cuando analizamos la crisis de la izquierda peruana, ligada fuertemente a la crisis del paradigma socialista frente a la ofensiva capitalista a nivel mundial, omitimos muchos elementos sobre la dimensiones del poder. De esta manera tenemos a la izquierda peruana que busca recomponerse tras más de una década del ostracismo político en el escenario "legal", de una crisis teórica, programática y organizativa. Podemos distinguir importantes esfuerzos de activismo, de presencia en las luchas populares, y de reagrupamientos. Sin embargo, hay serias debilidades que no parecen solucionarse con el activismo, en la conducción de organizaciones populares o en los discursos cargados de citas y optimismo.

La crisis de la izquierda peruana es sin duda, por un lado parte del retroceso de la izquierda mundial tras la caída de la Unión Soviética y el bloque de Europa del Este, sumada a la violencia política interna. En otro plano, al agotamiento de postulados y estilos que no logran enfrentar con éxito las reglas del juego impuestas por el imperialismo y el capitalismo global. Asimismo, y claramente en nuestra izquierda, es clara la falta de renovación de liderazgos públicos y de masas.

Algunos caen en el extremo de culpar de esta crisis solo a una generación de dirigentes políticos o a personas con nombre propio. Sin duda existe un nivel de responsabilidad, y este radica en una insuficiente autocrítica y rectificación en la práctica de errores del pasado que aún persisten, y en especial el pragmatismo que domina a muchos"líderes" de la izquierda que, salvo por el discurso, siguen las mismas jugarretas de la derecha cuando se trata de anteponer la satisfacción de sus ambiciones personales. Así un proyecto político de izquierda que luche por la revolución debe asegurar su continuidad a partir de una permanente renovación de cuadros. Renovación no implica que el cambio generacional garantice más consecuencia, pero es indispensable si se aspira a ser una alternativa de cambios de fondo.

La esperanza que brindan los proyectos de cambio social de América Latina, como en Venezuela, Ecuador, Bolivia y Cuba, significa un gran reto para la izquierda mundial, y claro está, para nuestra izquierda. Nos abre las puertas para repensar esquemas que parecían mecánicos y predeterminados, y discutir en el plano teórico y de la práctica política temas de fondo como el rediseño de la democracia, Estado y medios de producción, el partido único o frente, y necesariamente las dimensiones del poder.

No es este un llamado a sepultar, a destruir para construir, si no a una ruptura y continuidad. Ruptura con estilos y postulados esquemáticos; continuidad en el proyecto que construya la nación, y luche por el socialismo en estrecha relación con movimientos revolucionarios y progresistas internacionales. La izquierda debe seguir en la primera línea de la organización y lucha popular, con una renovación teórica y de liderazgos. De lo contrario, y en el mediano plazo, corre el riesgo de permanecer como fuerza marginal en lo electoral, como eventual aliado menor de fuerzas espontáneas o de turno, compartiendo nichos de poder con las clases dominantes, e incluso como fuerza funcional al sistema. (fin)

Enero de 2008