viernes, 12 de marzo de 2010

El laberinto de la izquierda peruana


Por Luis Gárate

12-03-10


Una reciente encuesta en Lima, de esas que son muy publicitadas por diarios como El Comercio, rebeló que Yehude Simon era el personaje de mayor referencia para los consultados, al preguntarles sobre quien debería ser el candidato presidencial de la izquierda.


Esta y otras respuestas nos revelan en cifras la dramática crisis del liderazgo político en ese sector político, que desde hace varios años ha perdido importancia en su influencia y desempeño electoral.


El hecho que conocidos personajes como Javier Diez Canseco, Susana Villarán, Alberto Moreno e incluso el Padre Marco Arana estén muy por debajo de Simon, nos habla del agotamiento de un estilo de liderazgo ante importantes segmentos de la ciudadanía. No se trata de que estos personajes carezcan de méritos personales, sino que ya no serían reconocidos como candidatos de una alternativa izquierdista.

Es cierto que los medios de comunicación y sus campañas macartistas han contribuido seriamente a desdibujar un imaginario de izquierda, pero también han contribuido los estilos burocráticos, los discursos anquilosados y las disputas por cuotas de poder y el control de aparatos.


Que Yehude Simon encabece las preferencias resulta paradójico, pues su historial revela su paso de un radicalismo que lo llevó a cumplir prisión por estar presuntamente vinculado al MRTA, luego pasó por una decente gestión en el gobierno regional de Lambayeque, y al final como primer ministro “bombero” del gobierno neoliberal de Alan García. Recordemos su triste papel durante los sucesos de Bagua, y su salida del gobierno tras ceder ante las demandas del movimiento nativo amazónico.


Sin embargo un sector de la ciudadanía todavía lo ve como una figura de izquierda, cuando sale en los medios con un discurso concertador y se presenta como de “la izquierda moderna” que acepta la democracia y el libre mercado. Algo sucede entonces en el imaginario colectivo que ha desfigurado la idea de la izquierda, con la cual importantes sectores todavía se identifican.


Izquierda Unida en el olvido

Curiosamente se ha olvidado los 30 años de la fundación de Izquierda Unida y 21 años de su primer congreso nacional. Poco se ha evaluado al respecto de esta experiencia; circulan algunos balances efímeros y algunas autocríticas en el papel, pero nada que realmente haya contribuido a reconstruir un referente nacional de la izquierda.


Las dirigencias de izquierda, que por la presión popular lograron hacer de Ia IU la segunda fuerza política del país, desmontaron los esfuerzos de unidad por su sectarismo, por las cuotas de cargos y candidaturas. Luego fueron golpeados por la caída del socialismo “real” y la persecución fujimorista.


Esta izquierda debe aún superar un cierto espíritu caníbal, que impulsa a sus dirigentes y militantes a las depuraciones internas, el debate liquidador y un estilo administrativo de entender el quehacer político.


Una revisión del buen desempeño electoral de IU en los 80 nos muestra el valor que tuvo en su momento el esfuerzo unitario en el electorado peruano. Sin embargo hoy otro es el contexto para construir la unidad: la debilidad de las estructuras, el descrédito de la actividad política, referentes políticos coyunturales y con discursos “desideologizados”, la dispersión y pragmatismo en las dirigencias populares, el protagonismo de actores sociales como el movimiento indígena, entre otros.

El problema del poder

El problema tiene varias aristas, pasando por las de tipo ideológicas, programáticas, organizativas, y hasta las éticas. Pero de todas ellas, nos atrevemos a decir que destaca el pragmatismo en la conducción y las disputas por el control de las estructuras partidarias y gremiales.


No se trata, como señalan algunos, que el problema principal sea la estructura leninista, la reivindicación de conceptos como el marxismo o el comunismo, su justificación del autoritarismo, sino más bien de la incoherencia entre lo que los dirigentes de los partidos y movimientos dicen y hacen.


Cabe reconocer que los problemas del poder en los partidos es un tema de mayor alcance y atraviesan a toda la política y a las organizaciones de la sociedad. Pero este problema tiene especial incidencia en nuestra izquierda, donde se refleja con especial incidencia las dificultades de su renovación.


El alemán Robert Michels ya daba cuenta de estos fenómenos a comienzos del siglo XX en los partidos laboristas europeos, de donde sacó su famosa ley de hierro de las oligarquías partidarias. Esto nos habla de la compleja dinámica de las estructuras políticas a la hora de promover liderazgos, cuando las élites dirigentes tienden a aferrarse a los a cargos y a tejer redes de prebendas y de personajes incondicionales para mantener su poder.


El horizonte

La izquierda, en particular los históricos partidos socialistas y comunistas, nacieron en el fragor de las luchas obreras del siglo XIX y comienzos XX. Las llamadas nuevas izquierdas nacieron luego al calor de las luchas anticoloniales, campesinas y estudiantiles, y en el caso latinoamericano en las luchas contra las dictaduras títeres del imperialismo norteamericano. A comienzos del siglo XXI hemos visto aparecer una izquierda sudamericana a partir de la crisis de los programas de ajuste estructural y de fuertes liderazgos levantados por grandes movimientos sociales que lideran procesos de reforma social, de refundación republicana y rediseño estatal.


En el Perú también se configuró un escenario en el 2006, donde después de una transición democrática interrumpida, la candidatura del militar en retiro Ollanta Humala expresó una poderosa corriente de protesta y de cambio que, en buena cuenta, conformaba gran parte del electorado que alguna vez fue representado por la izquierda.


Los partidos de la izquierda han hecho esfuerzos en los últimos años por conformar espacios de unidad para las elecciones, pero estos no han cuajado todavía como para permitirle sacarla a reflote.


En este escenario vuelve a surgir la pregunta sobre la perspectiva de la izquierda política en el Perú. El nacionalismo busca ahora cubrir ese espacio desde su propuesta electoral y sus esfuerzos por aglutinar a la intelectualidad progresista. De lo que no cabe duda es que Humala se perfila como la única alternativa electoral viable de los que aspiramos al cambio.


Las actuales dirigencias de los partidos de izquierda difícilmente cambiarán su estilo de dirección. Mientras subsistan los principales lastres que dieron muerte a la Izquierda Unida y que desconecten el discurso y práctica política de los problemas principales de los ciudadanos, la izquierda no tomará vuelo como alternativa política y referente en el imaginario colectivo de los peruanos.


Un nuevo sujeto político de izquierda surge como necesidad. Uno que se piense mucho más allá de las fiebres electorales inmediatas; uno que agrupe a los liderazgos del movimiento social y de un pensamiento socialista renovado, de una nueva intelectualidad y de los profesionales jóvenes; un esfuerzo por buscar mayor coherencia entre la sociedad justa y democrática que queremos, con una organización que practique la democracia, rompiendo con las prácticas actuales.


Este referente debe ser creador como pedía Mariátegui, que reencuentre la dimensión utópica que reclamaba Flores Galindo, y con una capacidad de propuesta programática y de adecuarse a las dinámicas sociales actuales. Un esfuerzo que solo podrá surgir si un nuevo colectivo de izquierdistas adultos y jóvenes, de corrientes de opinión y de militantes de base comprometidos se lo proponen con proyección histórica.

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