Por: Luis Gárate
Son setenta y nueve años que se cumplen desde un dieciséis de abril en que falleció José Carlos Mariátegui. No faltarán en esta oportunidad, desde diferentes tribunas escritas, actos elogiosos y de merecido homenaje que resalten las grandes virtudes y el legado que nos dejó el Amauta.
La pregunta clave en es fecha podría ser, ¿cuanto hemos avanzado y cuanto estamos haciendo por asumir el espíritu mariateguista? En esta época en que la política y las organizaciones sociales se caracterizan por el pragmatismo, esta pregunta adquiere central importancia.
Planteamos el tema porque en el ritual izquierdista es usual que repitamos siempre las mismas odas, un listado de frases y lemas victoriosos que quedan en la retórica, pero no se expresan en una práctica concreta que permita renovar la opción política del socialismo.
Mariátegui, para nosotros, debe convertirse en más que un icono de capilla, en un referente obligado para la acción. Y cuando decimos “acción” no solo hablamos de la lucha en las calles y la protesta, sino ante todo de nuestra capacidad creadora, en la elaboración de propuestas, en la persuasión de la gente, en el debate de ideas y en la construcción organizativa.
Sabemos bien por la historia que el Amauta falleció joven, que a pesar de sus limitaciones físicas, tuvo una prolija creación política al haber fundado la CGTP y el Partido Socialista, así como haber escrito numerosos escritos políticos, culturales, y alentado espacios de gran amplitud de ideas de avanzada como la revista Amauta.
Mariátegui fue un sin duda el fundador del socialismo peruano. Como pensador y organizador, adhirió al marxismo revolucionario que vio emerger en Europa con el nacimiento de los partidos comunistas y la Revolución Bolchevique de 1917.
Supo deslindar en su momento con el oportunismo de los dirigentes apristas y con las corrientes reformistas, reivindicado el papel rector de la clase trabajadora en la acción política. A pesar de su lectura creadora y nacional del marxismo, su legado fue posteriormente manoseado por diversos grupos izquierdistas para justificar todo tipo de proyectos. A pesar de esto, su obra esencial permanece imperecedera.
El legado mariateguista ha tenido un fuerte impacto en la lucha política y social peruana, desde las luchas sindicales, campesinas, en la historia de los comunistas y de otras vertientes de la izquierda peruana. Su influencia ha trascendido fronteras, y ahora su obra es de obligado estudio en los procesos de cambio en América Latina.
Lamentablemente los que nos proclamamos sus seguidores, en gran medida, estamos más preocupados por lo inmediato, por la coyunturas, por el corto plazo que impone el ritmo de vida capitalista, por la agenda impuesta por los poderes fácticos y mediáticos, y en los próximos meses por la carrera electoral.
Asumir a Mariátegui debe ser ante todo una forma de ser: ideas definidas sin caer en el dogmatismo, estudio permanente de la realidad, creatividad teórica, apertura al diálogo y al debate, vinculación permanente con los trabajadores y el pueblo, uso creativo y permanente de los medios de comunicación, entre otros.
Para recorrer la ruta mariateguista, queda claro que nos falta muchísimo por difundir al Amauta, por hacer conocer más su esencia y su obra, pero ante todo es indispensable que mejoremos nuestra práctica política con su ejemplo. De no hacerlo Mariátegui quedará limitado a un rito anual, simbólico y vacío.
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