Por Luis Gárate
La asistencia de más de seiscientos delegados de todo el país que acudieron a la sesión de instalación de la Asamblea Nacional de los Pueblos, el pasado 8 de noviembre, refleja un avance cuantitativo en la centralización del movimiento popular, pero también invita a pensar en la perspectiva cualitativa del espacio.
Fue un encuentro que se caracterizó por su diversidad y por un espíritu combativo, pero también por la repetición de esquemas que cada vez más reflejan la creciente distancia del discurso y la acción política de la vida social y de las necesidades de la población.
No faltaron los debates interminables, la repetición de discursos que fueron más bien declaraciones de intenciones y de perspectivas ideológicas, que propuestas concretas sobre como construir una alternativa real para las mayorías del país.
Otro rasgo del evento fue la poca afluencia de jóvenes. Se pudo apreciar la presencia de los principales militantes de las juventudes de los partidos, pero en general prevaleció una presencia mayoritaria de activistas y dirigentes de años 70 y 80.
No se trata de atizar una confrontación generacional, sino de tener clara la impostergable tarea de la formación de nuevos cuadros y referentes que permitan ir refrescando los estilos y ampliando las perspectivas del movimiento popular.
Para los jóvenes comunistas que participamos de esta sesión quedó claro que el tema de fondo no pasa por imponer cuotas sectoriales, ya sea por criterio de género o de edad, sino del debate de ideas, de posiciones políticas y por una forma de conducción.
Otra de las principales tareas que se desprenden del evento es la necesidad de fortalecer la estructura partidista, reforzando el debate programático en las bases de cara a las organizaciones sociales y la ciudadanía, y con especial énfasis en el trabajo con jóvenes.
Algunas de las propuestas que se desprendieron fue la necesidad de una comisión que trabaje una nueva constitución política, que implica necesariamente una profunda reflexión y debate sobre el nuevo diseño institucional del Estado por el que apostamos.
Demandas de unidad y lucha, que requieren aún mayor coherencia y que se exprese en organización e influencia política. Como sugiere el periodista Gennaro Carotenuto para describir la crisis de la izquierda en Italia, nuestro país también puede estar viviendo los efectos de la pospolítica, donde los partidos políticos retroceden como actores principales frente a movimientos mucho más localistas y reivindicativos.
Ante esta situación no podemos cerrarnos al debate, sino considerar la complejidad de tendencias que impone la globalización, que aumenta la precariedad de la vida material, individualiza más la dinámica social, sectorializa las demandas y aleja a los ciudadanos -en especial a los jóvenes- de la actividad política.
Sin duda hay mucho todavía que decir y hacer ante un escenario donde la lucha de clases se agudizará en nuestro país, frente a un modelo económico que alienta la privatización, el ingreso de grandes capitales trasnacionales y que tiende a concentrar la riqueza en pocas manos. En lo político, las clases dominantes buscan afirmar un régimen intolerante y autoritario, agudizando la represión de la lucha social, como lo evidencian las campañas de intimidación del líder nacionalista Ollanta Humala y a los dirigentes comunistas frente a la realización del foro APEC.
En ese contexto es necesario que las fuerzas de izquierda y populares afinemos la estrategia unitaria y ampliemos el espectro de acción, pasando por la movilización social, fortaleciendo el papel de vanguardia de la clase trabajadora, alentando la lucha de ideas y el trabajo mediático que debe realizarse de manera más sistemática en espacios públicos, así como en universidades, sindicatos, instituciones civiles, organizaciones sociales de base, entre otras. Esta es la única forma de empezar a revertir el inmovilismo y la dispersión reinante.
Diciembre 2008
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