lunes, 20 de diciembre de 2010

La unidad… ¿para la derrota?

Por Luis Gárate
20-12-10

La desacreditada política peruana sufre en esta etapa electoral de una gran dispersión. Los candidatos de la derecha encabezan la lista de variados personajes, entre socios de grandes intereses privados, ex ministros y un ex presidente, mientras que la izquierda ha terminado por lanzarse al ruedo dispersa.

En esta carrera los partidos y movimientos tejen y encabezan sus alianzas con figuras carismáticas, más que unificarse en torno a importantes afinidades ideológicas o propuestas programáticas. Por la derecha los acomodos se dan en tanto diversos sectores políticos y empresariales buscan asegurar la continuidad del modelo neoliberal.

Por al lado izquierdo la dispersión se da por una falta de concesiones y, en menor medida, por diferencias programáticas. Por un lado una candidatura que ya estaba definida desde su participación en los comicios del 2006, la del comandante Ollanta Humala. Es quizás la más clara en su programa de cambios, pero Humala no asumió la tarea de construir un proceso político social amplio y unitario durante los 5 años que ha tenido entre las dos elecciones.

Humala se lanza con el membrete de Gana Perú, y a su proyecto ahora se suman algunos dirigentes de los menguados Partidos Socialista y del Partido Comunista- Unidad, así como de movimientos regionales. Su programa sigue siendo nacionalista, de un capitalismo “nacional” y con un rediseño constitucional.

La recién confirmada candidatura del embajador Manuel Rodríguez Cuadros llega con tropiezos. Tras haber formado una alianza electoral con el Movimiento Nueva Izquierda, y en alianza política con Tierra y Libertad y Lima para todos, una fulminante carta de la lideresa de FS Susana Villarán, las presiones de la prensa y de un sector interno, han decidido dejar sin efecto esa unidad para ir solos. Una apuesta peligrosa sin duda, pues Villarán considera que su victoria en Lima se debe centralmente a ella y no al proceso unitario que se conformó tras su figura.

En los últimos días FS, empezando por la misma Susana Villarán y el embajador Rodríguez Cuadros, han enfatizado su distinción como la “centroizquierda”, la izquierda “moderna”, señalando que apuestan por seguir la economía de mercado, y en clara alusión al nacionalismo y el MNI, se distancian de apuestas “radicales”, es decir que revisen la constitución o los impuestos a las sobreganancias mineras.

En otro frente está Alberto Pizango, el líder de la AIDESEP, la organización que agremia a las principales comunidades nativas de nuestra amazonía. A Pizango se le reconoce su papel en las luchas contra los decretos antiamazónicos de 2009, sin embargo su candidatura no cuenta con el aval representativo de AIDESEP ni con movimientos sociales de importancia. Primero anunció que seria candidato por el partido Fonavista, que no tiene otro mérito que haberse organizado en torno al referéndum devolutorio. Ahora los fonavistas anuncian que su candidato sería el bienintencionado decano del Colegio de abogados de Lima, Don Ñique de la Puente.

En estas elecciones, copada de candidaturas del continuismo (derecha y “centro”), y la mafia fujimorista, una candidatura unitaria del cambio implicaba una propuesta de ruptura. Una ruptura con el modelo no es el retorno del “populismo estatista” como acusan algunos, de nacionalización de toda la economía, pero si, a través de una nueva Constitución política, darle un rol promotor y regulador al Estado, uno reformado, con un nuevo servicio público, que use los recursos de manera eficaz, que asigne los recursos a los sectores más vulnerables, que eleve la calidad de los servicios de salud y educación, y que lo haga con transparencia. Que cobre los impuestos de manera efectiva y en la escala de ingresos, que promueva a las MYPES y facilite la iniciativa privada nacional, defendiendo también los derechos de los trabajadores.

Nuestra izquierda no ha sido capaz de ponerse de acuerdo en ese programa, y más bien han primado las consideraciones de líderes y candidatos naturales, de espíritu de grupo, la negociación de cúpulas. El nacionalismo tenía la posibliidad de liderar el proceso, pero antepuso sus condiciones para llegar a un acuerdo con la izquierda inscrita: el MNI.

Los zurdos jugaron también su partido. Los principales líderes históricos de la izquierda no parecen haber asumido a cabalidad sus errores. Repiten las taras de los 80 y del 2006. Ahora algunos aparecen ubicados en la lista nacionalista, los otros se atrincheran en sus membretes para ver que les llegue su turno. Lo cierto es que este reciente descalabro no hace más que confirmar que los actuales dirigentes no han promovido un nuevo liderazgo que muestre el verdadero sentido de continuidad y renovación, que no deje de furgón de cola a la izquierda, sino le de un perfil, un discurso y figuras propias.

La unidad no es una quimera. Es una estrategia para lograr alcanzar el gobierno, para configurar una correlación de fuerzas para un cambio. Es ahora, que la inscripción legal de los grupos zurdos en carrera peligra más que nunca ante su estrechez de mirada, que debemos poner sobre la mesa nuevamente la renovación y la conformación de un nuevo sujeto que represente a las corrientes de izquierda, que anteponga los principios y el programa antes que el inmediatismo electoral. Por ahora, todo indica que el nacionalismo será la opción del cambio.

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